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Movidas y paranoias: Mis Crónicas Vampíricas. Fascículo 13º.

Movidas y paranoias

18.11.07

Mis Crónicas Vampíricas. Fascículo 13º.

A los seis días de salir de la ciudad Ibnoguz llegaba a su destino. Se acercó a los guardias del campamento y mostrándoles el sello les dijo de forma impetuosa.

- Soy Ibnoguz, chiquillo de Dramiel y exijo ver a vuestro señor.

- ¿Exiges? ¿quién te crees que eres para venirnos con exigencias?. Sólo, por que traigas el sello de nuestro señor eso no te da derecho de tratarnos como si fuéramos basura y llegar dando órdenes. Te llevaremos ante él, pero no por que tú nos lo ordenes, si no porque es nuestra obligación para con él; ahora síguenos.

Ibnoguz siguió a los guardias hasta la puerta de una gran casa, entonces se detuvieron y girándose hacia él, le invitaron a entrar.

- Entra, y al llegar al recibidor sube las escaleras hasta el primer piso, y una vez allí, sigue por el pasillo de la izquierda hasta llegar a la puerta grande del fondo, llama tres veces y entra. Allí encontrarás a nuestro señor Neftis.

Ibnoguz siguió las instrucciones que le dieron hasta el último detalle, pero al llegar hasta la puerta grande dudó un momento, no estaba seguro de cómo debía comportarse, ante aquel que podía ser su salvador; no quería mostrarse demasiado impetuoso como con los guardias del campamento, ya que eso podía molestar al ser al que estaba buscando, pero tampoco quería mostrarse demasiado sumiso, debía hallar un comportamiento medio, después de pensarlo durante unos segundos, que a él le parecieron horas, entró en la habitación y con la mirada bien alta se dirigió al único ser que allí se encontraba.

- Mi señor. Soy Ibnoguz, enviado de Dramiel, chiquilla de Lorelei, y vengo a pedirte que cumplas la promesa que hace ya más de 1000 años, contrajiste con Lorelei y que tras su muerte, reafirmaste con mi sire Dramiel.

- Te noto nervioso, joven vástago.

- Sí, lo estoy.

- Haces bien, podría acabar contigo con sólo desearlo, de hecho si te hubieses dirigido a mí como lo hiciste con mis guardias probablemente lo hubiese hecho. Tienes alguna forma de demostrarme que eres quien dices ser.

- Sí señor, traigo esto. – dijo mientras con un pulso un tanto tembloroso le mostró el sello del que era portador-.

- Esta bien, reconozco el sello y cumpliré mi palabra, pero dime una cosa. ¿qué hacías escondido en ese baúl?.

- Verá. Mi sire decidió llevarnos a una ciudad de la camarilla para refugiarnos y escapar de un pequeño grupo de licántropos que nos seguían desde hacía varios meses, matándonos por pura diversión, por desgracia cuando llegamos a la ciudad nos la encontramos sitiada por unos Tzimisce del Sabbat y unos Assamitas, que decidieron aliarse con los hombres lobo que nos perseguían, para que les ayudasen en mantener ocupados a los habitantes de la ciudad mientras esperaban la llegada de los refuerzos, necesarios para acabar por fin con la resistencia de la ciudad y así conseguir su dominio. Mi sire me ha enviado ante vos para rogaros vuestra ayuda y así poder liberar a la ciudad del asedio al que está siendo sometida y que de ese modo se nos permita quedarnos en ella.

- De acuerdo. Ve a descansar, nos pondremos en marcha, mañana por la noche, después de que halla reunido a mis muchachos. Tardaremos bastante en llegar a nuestro destino, pero confío en que lo hagamos a tiempo.

- Esta bien, hasta mañana.

Ibnoguz, salió de la sala, bajo las escaleras y sin detenerse salió de la casa y del campamento, puesto que le parecían de lo más siniestros y se dirigió hacia el carro, para esperar hasta la noche siguiente dentro del baúl en el que ya se había acostumbrado a descansar, durante el día.

Tal y como Neftis prometió a la noche siguiente se pusieron en camino hacia la ciudad, llevando con ellos a todos los descendientes de Neftis, que en realidad no eran más de 200.

- Mi señor, Neftis. ¡Tenía entendido que tus vástagos eran más de 2000, pero realmente no superan los 200!.

- Cierto, nosotros mismos hemos hecho creer a nuestro enemigos que éramos mas de 2000, para así no ser molestados, ya que en una no-vida tan duradera como la mía me he hecho demasiados enemigos, pero temo que acabas de echar por la borda nuestra pequeña mentira. Confío en que mantengas nuestro secreto cuando todo esto acabe, si no te importa me gustaría que mis enemigos sigan creyendo que somos demasiado numerosos para ser atacados.

- Señor, esa mentira es de todo menos pequeña. Mi señora Dramiel, espera que llegue con unos refuerzos de más de 2000 vástagos y voy a presentarme tan sólo con unos 200.

- Dime una cosa, cuando lleguen los refuerzos del Sabbat, en ¿que proporción estarán con respecto a los de la ciudad?.

- Pues, serán unos 650 asaltantes, contra cerca de 1100 habitantes vampíricos de la ciudad.

- Pues cuando lleguemos nosotros seremos justo el doble, pero además llegaremos por la retaguardia, cosa que no esperan que suceda y si además conseguimos ponernos en contacto con los del interior y atacar a la vez, cogiendo a los Sabbat y los licántropos en un fuego cruzado, seguramente consigamos confundirlos lo suficiente como para que se empiecen a matar entre ellos y así nos facilitaran nuestra tarea.

En ese momento, en las calles de la ciudad, reinaba el caos, pues cientos de vástagos corrían aterrorizados en todas las direcciones sin ninguna posibilidad de escapar a su destino, pues al parecer los refuerzos del Sabbat, no tardarían más de un par de noches en llegar. Y si el pequeño grupo que se encontraba en la afueras se las estaban haciendo pasar canutas, que no podrían hacer cuando llegasen los 600 que se hallaban de camino a la ciudad.